XXXI Domingo ordinario

XXXI Domingo ordinario Lecturas

Hoy, Jesús enseña al pueblo que los dos mandamientos más importantes son amar a Dios y amar al prójimo. Parece bastante sencillo hasta que empezamos a definir el “amor”.

Los antiguos griegos estaban tan enamorados del concepto de amor que consideraron necesario definir el amor por el objeto o el receptor de ese amor. Eros significaba amor a uno mismo, filios significaba amor entre personas, y agape significaba amor entre Dios y las personas que Él creó.

Amarnos a nosotros mismos implica, en primer lugar, aceptar nuestras imperfecciones y someter las áreas no redimidas de nuestra vida a la gracia de la redención. Ese abandono es arriesgado, porque la persona que creemos que somos puede no parecerse a la que Dios quiso que fuéramos. Además, no somos capaces de amar a Dios, excepto a través del Espíritu Santo que toma nuestro amor imperfecto y lo transforma en un amor perfecto que es aceptable para Dios. Por lo tanto, debemos luchar para permitir que Dios nos ame más para que, a su vez, podamos amar a Dios con un amor más perfecto.

Amar al prójimo significa algo más que aceptarlo y permitirle ser. Debemos rezar por nuestro prójimo, para que se santifique y alcance el don de la vida eterna ofrecido por el sufrimiento y la muerte de Jesús en una cruz. Nuestro prójimo es todo aquel que ha sido amado por un Dios amoroso. Por tanto, nuestra actitud hacia todos es que son más grandes que nosotros, y debemos agradecer la gracia de rezar por ellos, ayunar y sacrificarnos por ellos, y negarnos a nosotros mismos por su salvación.

Amar a Dios con todo nuestro ser significa sacrificio y disposición a abandonar nuestro libre albedrío y someterlo a la voluntad del Padre. San Juan de la Cruz decía: “Si queremos el Todo, debemos darlo todo”. El todo incluye toda nuestra culpa, toda nuestra vergüenza y nuestro ego. Sólo Dios puede sanar y hacernos completos y a su vez santos y nada es imposible para Dios.

Cuando hayamos hecho las cosas mencionadas anteriormente, entonces estaremos listos para aprender a amar a Dios con todo nuestro corazón, toda nuestra mente y todo nuestro espíritu, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Que Dios siga haciéndonos íntegros,

Diácono Phil