XXIII Domingo ordinario

XXIII Domingo ordinario Lecturas

Había una vez un predicador evangélico que iba de ciudad en ciudad predicando el Evangelio y proclamando la buena nueva. Con el tiempo, sus seguidores habían crecido, y fue invitado a hablar ante una gran asamblea de cristianos en una ciudad importante. Los periódicos estaban llenos de artículos sobre esta reunión y la televisión local estaba transmitiendo el evento.

El predicador quería lucir y ser lo mejor posible. Trabajó en su discurso día y noche, siempre imaginando la gente que escucharía sus palabras y vendría al Señor. Se compró ropa nueva, zapatos nuevos, se cortó el pelo a un precio elevado, y estaba listo para levantarse y brillar para la ocasión.

Llegó la noche y el auditorio estaba lleno hasta la bandera. Había muchos cristianos notables, que se sentaron cerca del escenario para prestar su apoyo. También asistió una pobre mujer que vivía en la calle y, tras algunos inconvenientes, se sentó en la parte trasera del auditorio. Agradeció amablemente al asistente y se dirigió a su asiento, se sentó y colocó su bolsa, que contenía todas sus pertenencias, delante de ella.

Finalmente, llegó la hora de que el predicador hiciera su aparición. Subió al escenario acompañado por el estruendo de los aplausos. La multitud se calmó y él se preparó para hablar. Pero antes de que pudiera decir una palabra, la mujer sin hogar se puso en pie e, inspirada por el Espíritu Santo, comenzó a transmitir el mensaje que el Señor le había dado. Aquella noche, muchas personas entregaron sus corazones y sus almas al Señor y buscaron su misericordia y su perdón, y fueron bañadas en su amor.

El predicador no tuvo la oportunidad de decir una sola palabra. Más tarde esa noche buscó al Señor en oración, y simplemente le dijo al Señor cómo le había servido lealmente durante años y lo preparado que estaba y el predicador exclamó que no entendía. El Señor contestó al predicador que Él, el Señor, podía levantar a cualquiera en cualquier momento para hacer su trabajo y que el Señor buscaba a los humildes y contritos para llevar su mensaje.

Las lecturas de hoy transmiten un mensaje importante. No somos nada sin el Señor e incluso en nuestra creencia dependemos totalmente de su gracia. En nuestro mundo agitado, quizá debamos estar un poco más atentos a los que parecen ser miembros marginales de la sociedad o de nuestras mismas congregaciones. Hoy, es el día en que empezamos a rendirnos a la gracia y en humildad de cuerpo, mente y espíritu, nos rendimos a la voluntad de Dios. Hoy, no tengamos miedo y pongamos nuestra confianza en el Señor.

Que Dios nos siga bendiciendo,

Diácono Phil