XIX Domingo ordinario

Reflexión sobre las Sagradas Escrituras

El pan se convierte en el Cuerpo de Jesús y el vino en la Sangre de Cristo. El Cuerpo y la Sangre de Jesús derramados para el perdón de los pecados y para reconciliarnos con el Padre e invitarnos a ser uno con la comunidad de la Santísima Trinidad.

Por tanto, pocas palabras para describir lo insondable. Unas pocas frases breves y el mayor milagro que jamás presenciaremos se convierte en realidad ante nuestros ojos por obra del Espíritu Santo.

Sin embargo, tú y yo somos testigos de personas que mueren de hambre todos los días de nuestra vida. Estas personas vagan por el mundo buscando algo, cualquier cosa que dé propósito y significado a sus vidas. Muchos son católicos, bautizados en la fe, a quienes se les ofrece el pan de vida eterna y se alejan en busca de algo distinto del Dios de toda la creación.

La Santísima Eucaristía es la presencia misma de Dios en un objeto tangible, el pan y el vino, porque Dios ha decidido que Su morada estaría en los corazones de los fieles.

¿Acaso esta transubstanciación no se produce con el sonido de las trompetas, los gritos del pueblo, los cielos resplandecientes con el resplandor de todo ello? No, así como Elías no experimentó a Dios en el viento, el fuego o el terremoto, sino sólo como un suave susurro, también nosotros experimentamos este milagro en lo más profundo y silencioso de nuestro corazón.

Sin embargo, existe un peligro para todos nosotros. El peligro es que el milagro divino se produzca sin que podamos ver que sucede nada y nada cambia. Me corrijo porque algo sí cambia.

Cada vez que se celebra la Eucaristía, una ola de amor fluye a través del universo. No sólo por ese momento, sino que el amor fluye por siempre y por toda la eternidad. En nuestras manos, tenemos al autor de la vida, al creador del universo, la esencia misma del amor y la divinidad. El sacrificio incruento que presenciamos es la continuación de la salvación que Jesús ganó para nosotros el Viernes Santo.

Pablo nos instruye que si verdaderamente creemos y entramos en el misterio de la Eucaristía y participamos plenamente con todo nuestro corazón, toda nuestra mente y todo nuestro ser, entonces todo pecado, especialmente el pecado de odio, división y separación de nuestros hermanos y hermanas, no debería estar presente en nuestros corazones. Si verdaderamente creemos y participamos en la Eucaristía, lloraremos por aquellos que abandonan la fe y por todos aquellos que rechazan a Jesús y Su presencia en el Santísimo Sacramento. Nos entristecemos por todas las formas de blasfemia y mentiras y por todo lo que carezca de amor, compasión, comprensión, armonía y perdón. Y cuando un hermano o hermana es llamado por el Señor y ellos ignoran el llamado o se distraen con el atractivo del mundo, debe ser el creyente, encarnado con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, quien dé un paso adelante y tome el lugar del alma más débil pidiendo al Señor, tómame y déjame hacer tu voluntad.

La Eucaristía no se trata de almacenar gracias y crear una cuenta de ahorros para el cielo. No podemos poseer lo que nunca tuvimos. En cambio, la gracia de la Eucaristía está destinada a ser entregada para construir el Cuerpo de Cristo y guiar a más y más personas a una relación amorosa con el Señor, para que más y más personas lleguen a amarlo más.

Hoy, y durante las últimas semanas, hemos escuchado la narración eucarística. Hoy es el día en que nos despertamos para que resuene en nuestros corazones, para que escuchemos atentamente la simple brisa que sopla sobre nuestras almas y nos permitamos crecer en santidad y convertirnos en la imagen misma de Cristo que vive en nosotros.

¿Puedes recordar el día en que el Señor te reclamó como suyo y tú aceptaste voluntariamente? ¿Puedes recordar el día en que, en una forma de desesperación, el Espíritu Santo descendió sobre ti, perdonó tus pecados y te convirtió en un santuario de la Santísima Trinidad? ¿Puedes recordar el día en que le entregaste todo lo que eres, roto, temeroso e inseguro de lo desconocido, al Señor porque en tu corazón sabías que toda tu confianza estaba en Él? Si no puedes recordar, haz que hoy sea el día para recordar. Entreguémonos completamente a Dios por nuestro bien y por el bien de toda la humanidad. El Señor nos llama.

Diácono Phil