Domingo de Ramos De la pasión del Señor
Lecturas del Domingo de Ramos de la Pasión del Señor
Reflexión sobre las Escrituras
El Domingo de Ramos, una gran multitud se reunió para alabar a Jesús mientras cabalgaba hacia Jerusalén para lo que sería su última visita. La gente se reunió, no tanto para alabar al Hijo de Dios, sino más bien buscando el favor de Dios o lo que se clasificaría como su consuelo. Sus corazones no estaban preparados para un encuentro personal con el Señor que les salvara la vida y, debido a su ceguera a la verdad, no experimentarían al Dios de amor. ¿Cuántos se marcharon decepcionados ese día? La gente reunida buscaba cambios terrenales y la restauración de la grandeza del reino. En su ignorancia e incomprensión, se les ofreció el don de la salvación y la vida eterna, y dejaron pasar el mayor regalo jamás dado, buscando las bagatelas de nuestra morada terrenal a cambio de unos momentos de placer.
Esta semana comienza la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Las iglesias tendrán una mayor asistencia, ya que la gente se reunirá para recoger sus palmas, colocar cruces de palma en las tumbas y, en general, cumplir con su obligación interna de asistir a la iglesia el Domingo de Ramos, por superstición y tradición humana que recompensa sus esfuerzos con buena salud y prosperidad un año más. El pueblo judío lo hacía el Domingo de Ramos, pero no tenían a Jesucristo crucificado y resucitado, ni habían recibido el Espíritu Santo para encender sus corazones y darles el don de la sabiduría. Nosotros tenemos estos dones.
El Domingo de Ramos inicia un momento en el que voluntariamente entramos en la pasión de Jesús, lo abrazamos en su sufrimiento, tomamos nuestras cruces y lo seguimos compartiendo su sufrimiento, y asumimos la responsabilidad de nuestra propia pecaminosidad y la de la humanidad. Y lo hacemos porque si podemos abrazar a Jesús en su sufrimiento, Él nos abrazará con su gloria. Si solo vemos a Jesús glorificado y nos apartamos de la fealdad del pecado y la muerte, entonces nunca podremos compartir su gloria.
Podemos gritar “¡Hosanna en las alturas!” como lo hacía el pueblo judío, pero solo podemos hacerlo después de buscar el perdón de nuestros pecados, hacer penitencia para reparar el daño que nuestros pecados nos causaron a nosotros y a los demás, y con la gracia de Dios, no pecar más.
Al entrar en el Triduo Pascual, estamos llamados a ser participantes y no espectadores o espectadores indecisos. El Jueves Santo celebramos la pasión del Señor y su presencia real en forma de pan y vino. Nos reunimos como un cuerpo, un cuerpo que nació de la herida del costado de Jesús, donde fluyó sangre y agua, creando su Iglesia. Somos recreados en este santísimo sacramento y salimos a lavar los pies de nuestros hermanos y hermanas, porque somos los más pequeños de los llamados al reino de Dios.
El Viernes Santo celebramos la pasión y muerte del Señor, cuando se dejó sufrir y morir por las manos de aquellos a quienes llamó a la existencia por amor. El Viernes Santo se nos pide que abracemos su cruz, que unamos nuestros sufrimientos a los suyos por la salvación de todos y que lo sigamos sin reservas hacia la vida eterna con el mismo amor que nos llamó a la existencia.
Esta semana volvemos a ser llamados al discipulado y a llevar en nosotros mismos las mismas heridas de Jesús. El discipulado no es fácil, pero las recompensas son extraordinarias; por ello, debemos pedir la gracia de querer abrazarlo en su sufrimiento para que él pueda abrazarnos en su gloria.