Domingo de la Divina Misericordia

Domingo de la Divina Misericordia Lecturas

Reflexión sobre la Escritura

El Evangelio de hoy transcurre a los pocos días de la crucifixión. Los Apóstoles, que aún no habían recibido el Espíritu Santo, estaban confundidos por los acontecimientos del Viernes Santo, porque no comprendían todo lo que Jesús les había enseñado. En sus corazones, seguían buscando un reino en la tierra además de un reino en el cielo.
Tomás no estaba presente cuando Jesús se apareció por primera vez a los Apóstoles y fue informado por los otros Apóstoles de que habían visto al Señor. Tomás no les creyó. Si el Señor ha resucitado de verdad y tú le has visto, cómo no vas a querer contárselo a todo el mundo.

Estamos más informados que los Apóstoles en esta etapa de su desarrollo espiritual. Estamos bautizados, confirmados y participamos del gran misterio de la Sagrada Eucaristía. Experimentamos la morada del Espíritu Santo y los dones y frutos del mismo Espíritu.

Sin embargo, con todas estas bendiciones presentes, cada domingo nos reunimos en la presencia real de Jesús en el santísimo sacramento y en su palabra. Experimentamos la presencia de Jesús en los corazones de otros creyentes. Y aún así, muchos, permanecen impasibles e inmutables ante estos encuentros con el Dios vivo.

Si Tomás entrara hoy entre nosotros y preguntara qué celebramos, le diríamos que celebramos a Jesucristo crucificado, a Jesucristo resucitado y a Jesucristo que vendrá en gloria. Entonces Tomás miraría nuestras acciones y vería que muchos no cambian, que muchos no se transforman más a la imagen misma de Jesús, y muchos más toman con indiferencia todo lo que hacemos en Misa.

Jesús obtuvo abundancia de gracias para cada uno de nosotros y nos ofrece una invitación a crecer a su imagen y a llevar a otros a la salvación. Es cierto que el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La pregunta sigue siendo, ¿en qué nos convertimos cuando participamos en esta Eucaristía? ¿Nuestras acciones dicen mucho de nuestra fe y confianza en las promesas que hizo Jesús? ¿Reflejan nuestras acciones el hambre de crecer más a semejanza de Jesús? ¿Tenemos sed de verle cara a cara? ¿Mantenemos el pacto de creer y vivir a Jesús, que ha muerto, que ha resucitado y que volverá?

Sólo nosotros podemos responder a estas preguntas. El hecho es que se nos ha dado la gracia de convertirnos en lo que recibimos, Eucaristía para los demás y para el mundo, y nuestra misión como Iglesia es llevar a todas las personas a la salvación. Los Apóstoles fueron despertados en Pentecostés, salieron de la habitación superior y se fueron dando todo de sí mismos, incluyendo sus vidas, por el privilegio de decirle al mundo en palabra y acción, Él ha muerto, Él ha resucitado, Él vendrá otra vez.

Diácono Phil