Decimoséptimo domingo del tiempo ordinario

Decimoséptimo domingo del tiempo ordinario Lecturas bíblicas

Reflexión sobre las Escrituras

Cuando estaba en el instituto, un amigo me preguntó si conocía un sitio en South Street para comprar un abrigo de piel. South Street era el barrio judío y el lugar donde se podía regatear en cualquier cosa.

Le dije a mi amigo Tommy que teníamos que ir temprano y ser los primeros en la tienda porque los comerciantes judíos tenían la reputación de que el primer cliente del día no podía salir de la tienda sin comprar algo o sería un mal día de ventas.

Tommy y yo cogimos el tranvía local, nos bajamos en South Street y nos dirigimos a la marroquinería. Nada más llegar al escaparate, el comerciante salió y nos arrastró literalmente al interior de la tienda. Mostró a Tommy varios abrigos hasta que Tommy varias costas hasta que encontró un abrigo que le gustaba. El comerciante dijo 80 dólares. Tommy estaba dispuesto a comprarlo cuando le agarré del brazo y le dije al comerciante: “Demasiado caro” y empezamos a salir. El comerciante nos arrastró de vuelta y así estuvimos unos veinte minutos, hasta que el comerciante le dijo a Tommy que podía quedarse el abrigo por 8 dólares. Tommy estaba eufórico, pagó al comerciante y nos fuimos a casa. Cuando llegamos a casa, Tommy se probó el abrigo y descubrimos que el comerciante había cambiado las tallas y le había dado a Tommy una talla más grande, una talla menos popular, de la que necesitaba. Por supuesto, el comerciante no admitía devoluciones, así que fuimos al sastre para que nos arreglara el abrigo.

¿Qué tiene que ver esta historia con las lecturas de hoy? En realidad, mucho. Abraham no tuvo reparos en negociar con el Señor porque confiaba en el Señor y sabía que no se dejaría engañar, y que el Señor tendría en cuenta las oraciones de Abraham. Abraham era persistente en su oración, como lo era el hombre del Evangelio de hoy que pedía ayuda a su vecino. Finalmente, Abraham aceptaría lo que el Señor decidiera.

¿Cómo rezamos nosotros? ¿Pedimos la ayuda de Dios una o dos veces y, si no se nos responde, abandonamos nuestra búsqueda? ¿Tenemos expectativas en la oración, ignorando el adagio, cuidado con lo que rezas? ¿Hasta qué punto confiamos en Dios y creemos que nuestras oraciones siempre son escuchadas, aunque la respuesta no sea la que esperábamos?

Del mismo modo, las personas que no tienen una relación personal estrecha con el Señor, pueden preguntarse: “¿Cómo pudo Dios permitir que esto sucediera?”. En nuestra primera lectura, encontramos la respuesta de que el amor de Dios por nosotros es tan grande y va más allá de nuestra comprensión, que Él permite que el mal exista para salvar a Sus fieles de Su ira.

Nuestra perseverancia en la oración nos lleva a una relación más estrecha con el Señor y aumenta nuestra confianza en Él. Sufrimos o carecemos de poco hoy, pero seremos recompensados muchas veces en la vida eterna.

Diácono Phil