Decimoctavo domingo del tiempo ordinario

Decimoctavo domingo del tiempo ordinario Lecturas bíblicas

Reflexión sobre las Escrituras

El Obispo Oscar Romero de El Salvador estaba abrumado por el mal en su país. En oración, se adentró en el desierto y pidió orientación. Lo que recibió fue una solución, pero no una solución de hombre mortal sino una guía divina. En su frustración, no tenía respuestas a los problemas, y finalmente se dirigió a Dios y le dijo: “Yo no puedo Tú puedes”.

El responsorial de hoy está tomado del sermón de la montaña y de las bienaventuranzas. “Bienaventurados los pobres de espíritu”. En otras palabras, dejar ir y dejar a Dios. El mayor obstáculo en nuestro camino hacia la salvación está dentro de cada uno de nosotros y se llama orgullo.

El orgullo adopta muchas formas. Pero cuando confiamos en nosotros mismos y dejamos de confiar en Dios, tomamos un camino hacia la destrucción en lugar de un camino hacia la salvación. ¿Cuántas veces nos hemos enfrentado a situaciones que nos abruman y nos causan ansiedad? En esos momentos, ¿hacia dónde nos dirigimos? Si nos volvemos hacia fuera y buscamos soluciones humanas a nuestros problemas, es muy probable que nos estemos alejando de Dios. Si nos volvemos hacia fuera el tiempo suficiente, podemos incluso empezar a creer que somos Dios y que ya no necesitamos confiar en la sabiduría y el conocimiento divinos.

Hoy es el día de examinar nuestras intenciones y revisar en qué confiamos para resolver nuestros dilemas. Ser pobres de espíritu significa que no permitimos que nuestra naturaleza humana nos guíe, sino que nos rendimos a la voluntad del Padre.

Jesús nos recuerda en el Evangelio de hoy que codiciar las cosas materiales y sentirnos seguros en nuestras posesiones es destructivo para el espíritu humano. La seguridad en el mundo material es poner la fe en algo mortal. Estamos llamados a poner nuestra confianza en Dios y trascender nuestras tendencias humanas a confiar en nuestras cualidades humanas. Santa Teresa de Ávila nos dice que todo está en estado de cambio y nada permanece igual, excepto Dios, que es el mismo ayer, hoy y mañana. Todas nuestras posesiones se marchitarán y morirán, pero nuestra alma humana es eterna. Hoy tenemos la opción de prepararnos para lo eterno o permitirnos quedarnos atrapados en lo finito. Hoy dejemos ir y dejemos a Dios.

Diácono Phil