Vigésimo quinto domingo del tiempo ordinario

Vigésimo quinto domingo del tiempo ordinario Lecturas bíblicas

Reflexión sobre las Escrituras

Las Escrituras de hoy nos recuerdan que debemos reflexionar interiormente sobre lo que realmente deseamos. ¿Deseamos la riqueza del mundo con sus beneficios finitos o deseamos la bondad eterna del Señor en el reino preparado para nosotros desde antes del comienzo del mundo?

Para empezar a buscar el reino de Dios, se nos ha recordado en las últimas semanas, que debemos abandonar nuestras posesiones. Como mencioné anteriormente, esto no significa vivir en la pobreza, sino tener la mentalidad de que las cosas materiales son para nuestro sustento humano y no para ser acaparadas.

Todo lo que tenemos es un regalo de un Dios misericordioso. No poseemos nada, sino que somos los guardianes y protectores de todo lo que Dios nos ha dado. Por lo tanto, si somos bendecidos con buena fortuna, debemos utilizarla no sólo en nuestro beneficio, sino en el de todos.

Tomar sólo lo que necesitamos y ser generosos con nuestras posesiones para cuidar de los menos afortunados de nuestra humanidad.

Poseemos tres cosas. Las tres cosas son pensamientos, tiempo y posesiones materiales. ¿Cómo las utilizamos? ¿Somos buenos administradores de los dones que Dios nos ha dado y, con ello, quiero decir que compartimos y no nos obsesionamos con tener más? Podemos obsesionarnos y proteger excesivamente nuestro tiempo y dinero hasta el punto de consumirnos por acumular más.

¿En qué pensamos más? ¿En el Reino de Dios y en el Cuerpo de Cristo, o sólo en nuestro propio bienestar?

¿Protegemos nuestro tiempo y perdemos la oportunidad de ayudar a las personas necesitadas que Dios nos envía, o estamos siempre abiertos y dispuestos a acoger a quien Dios nos envía? ¿Acaparamos nuestras posesiones y ansiamos las cosas materiales o tomamos lo necesario para sobrevivir y compartimos lo que nos sobra con los que no tienen?

Para ser verdaderos discípulos de Cristo, debemos estar dispuestos a vaciarnos continuamente para edificar el Cuerpo de Cristo, de modo que Dios, en su benevolencia, nos llene continuamente.

¿Somos prudentes en la manera en que atendemos las necesidades de los demás? ¿Somos buenos administradores de todo lo que Dios nos ha dado?

Diácono Phil